El cuarto domingo de cuaresma es un paso más hacia el camino de conversión que nos propone la liturgia. Es la curación del ciego de nacimiento que revela tanto la recuperación de la vista exterior como el renacimiento a la mirada interior de la fe: el ciego deja de serlo para tener una nueva visión del mundo, del hombre y de Dios.

Jesús curó a muchos ciegos físicos, pero el Evangelio apunta a la ceguera interior, esa inmensa noche que envuelve al racionalista, al agnóstico o al indiferente, que se niega a aceptar una intervención de lo sobrenatural en la historia. Casi todos conocemos ciegos que tienen una gran riqueza interior; pero el mundo se reduce y, a veces hasta se corrompe, cuando el hombre carece o rechaza la luz que viene de Dios, de la Verdad, del Bien. Es una oscuridad del corazón que limita el horizonte humano y convierte el universo interior en una lóbrega y fría noche.

El ciego es curado y se inicia en una visión. Tener visión es mirar con perspectiva histórica y eterna. Es el “Pedes in terra ad Sidera Visus”. La curación de Jesús es la curación de la fe en el hombre que se sabe muy de la tierra y muy llamado al cielo. La curación del ciego de nacimiento revela el poder de Jesús contra esa tragedia que invade nuestra historia: la indiferencia por lo eterno, un eclipse de lo divino y una mirada enceguecida por lo inmediato, lo que da dinero, prestigio, votos..., y hace pasablemente dichosa esta vida. El hombre moderno, nosotros, vivimos este vértigo de lo temporal como si fuese lo único. Hemos perdido esa capacidad contemplativa que lo “esencial es invisible a los ojos”.

El Evangelio de este Domingo se encarna en el presente de nuestro mundo, de nuestro país, de nuestra sociedad: mucha ceguera del espíritu y mucha ambición de lo temporal. Hay muchos ciegos que guían a otros ciegos y muchos que ven las cosas y no se comprometen a cambiarlas. Jesús curó al ciego pero este se comprometió luego con la historia que le tocó en juego. No podemos caminar como ciegos cuando la historia argentina nos impele a ser responsables cuando vemos que la droga, el delito, la inseguridad, la corrupción estructural nos está dirigiendo la vida personal y social de la Nación. Pidamos al Señor que abra nuestros ojos a las realidades de la Fe; para no olvidar que, con su ayuda, podemos remediar tantas cosas que hay en nosotros y a nuestro alrededor. Que nos juguemos con Jesús en construir una Patria grande, con los horizontes históricos del próximo Bicentenario.